domingo, 14 de junio de 2015

De Calvino a Isis


No hay mal que por bien no venga. Mi lesión de rodilla en Batuecas, me obligó a reconsiderar decisiones: la de encarar un apresurado mes de entrenamiento en bici para poder a volver a completar el ironman Northwest Triman con ciertas garantías y otra menos obvia:  la de descartar exámenes hasta septiembre, asumido desde marzo que es ciertamente muy complicado centrarse en este tipo de tareas con una pequeño terremoto en casa. El hecho de no poder hacer deporte, consiguió que, en varios fines de semana, rematara mi próximo libro sobre mi relación con el deporte y que, en una súbita e inesperada decisión, decidiera lanzarme a por una asignatura en junio. Bien, transcurridos esta exigentes semanas, volvemos a darle marcha al blog. 

Vuelvo con un fragmento de "Castellio contra Calvino", magnífico libro de Stefan Zweig, un alegato a favor de la libertad de pensamiento, en el que el autor reivindica la figura del humanista Castellio en su enfrentamiento contra Calvino tras la ejecución de Servet. Volveré a él en unos días. Hoy, una referencia de tipo anecdótico, cogida al vuelo tras leer recientemente varios artículos sobre el horror cotididano que impera en el Califato propuesto por ISIS. Un hilo que recorre la historia de la humanidad, que en mucho recuerda la Ginebra del Siglo XVI, cuyo retrato, no conocía con detalle hasta leer este libro.

"A primera vista, tal vez parezca ridículo en qué futilidades se inmiscuye la discipline de Calvino, pero no menospreciemos el refinamiento de este método. Con intención, Calvino teje una red de prohibiciones tan densa, tan tupida que resulta imposible escapar a ella o permanecer libre. Intencionadamente, amontona las prohibiciones precisamente en lo que se refiere a menudencias y mezquindades, con lo que cualquier inidividuo se siente en todo momento culpable y se produce un estado de miedo permanente frente a la autoridad ominipontente y omnisciente, pues cuantos más cepos se pongan a un lado y a otro en el camino diairo de una persona, más didficultades encontrará para caminar erguida y libremente. Pronto, sentirse seguro en Ginebra resulta imposible, pues el Consitorio declara que es pecado hasta el más despreocupado aliento. Basta hojear las actas del Consejo para apreciar lo refinado del método de intimidación. A un ciudadano que se ha reído durante un bautizo: tres días de cárcel. Otro que, agotado por el sopor veraniego, se ha dormido durante el sermón: a la cárcel. Unos trabajadores han tomado empanada en el desayuno: tres días a pan y agua. Dos ciudadanos han jugado a los bolos: a la cárcel. Otros dos, a los dados, tomando un cuarto de vino: a la cárcel. Un hombre se ha negado a bautizar a su hijo con el nombre de Abraham: a la cárcel. Un violinista ciego ha bailado mientra tocaba: es expulsado de la ciudad. Otro ha alabado la traducción de la Biblia hecha por Castellio: también es expulsado. A un muchacha la pillan patinando; una mujer se ha arrojado sobre la tumba de su marido; durante el servicio de Dios, un ciudadano ha ofrecido a un vecino una pizca de tabaco. A todos ellos: citación ante el Consistorio, exhortación y multa. Y así sucesivamente, sin pausa. El día de Reyes, unos bromistas han metido una habichuela en el roscón: veinticuatro horas a pan y agua. Un ciudadano ha dicho "señor" Calvino en lugar de "maestro" Calvino; un par de labradores, al salir de la iglesia y siguiendo una antigua costumbre, han hablado de negocios. ¡A la cárcel con ellos! Un hombre ha jugado a las cartas: es expuesto en la picota, con las cartas en torno al cuello. Otro, insolente, ha cantado en la calle: es obligado " a cantar fuera", es decir, es expulsado de la ciudad. Dos galeotes se han peleado, sin matar a nadie: son ejecutados. Tres chicos menores de edad, que han hecho indecencias entre ellos, son condenados primero a morir en la hoguera, pero después se les concede la gracia de permanecer públicamente ante la hoguera encendida. Y naturalmente, lo que se castiga del modo más atroz es cualquier movimiento de agitación contra la infalibilidad estatal y espiritual de Calvino. Un hombre que se expresa públicamente en contra de la doctrina de la predestinación de Calvino, es azotado hasta hacerle sangrar en cada cruce de camino de la ciudad y, después, desterrado. A un impresor que, borracho, ha insultado a Calvino, antes de expulsarle de la ciudad, le atraviesan la lengua con un hierro al rojo. Jacques Gruet, solo por haber llamado hipócrita a Calvino en persona, es torturado y ejecutado. Cada falta, hasta la más nimia, consta en las actas del Consistorio, de modo que la vida privada de cualquier ciudadano está constantemente en evidencia. La policia dirigida por Calvino encargada de vigilar las costumbres no conoce, como él mismo, un solo olvido o despiste."

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